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De deportes, «nada, pero de guerra no sabíamos nada y la ganamos»

Fecha: 

11/02/2024

Fuente: 

Granma

Autor: 

Llevaba siempre en su rostro, cual si fuera un centinela, esa sonrisa pícara que solo un buen cubano tiene como sello. Felipe Guerra Matos gustaba de las bromas y, aunque no mostraba dotes de bailador, no dejaba de moverse con los contagiosos ritmos de nuestra música.
 
Pero nada lo distinguía más que la fidelidad a la obra a la que dedicó cada uno de los días de sus fructíferos e intensos 96 años. La Revolución era su novia.
 
Por ella y por su creador se entregó en cuerpo y alma, como en aquella misión de la que siempre hablaba en presente. Cumplirla era una victoria estratégica, pues le daría fe de vida a ella y a sus hacedores.
 
En los albores del año 1957, la dictadura gobernante en Cuba –que sí le hacía una verdadera reverencia a ese vocablo, por sus desmanes–, se encargó de sembrar en el pueblo que la Revolución –que desembarcó en el Granma, en diciembre de 1956, ametrallada, perseguida, y no pocos de sus hijos asesinados– había sido aniquilada. «Fidel Castro está muerto», vociferaba el régimen. Pero la frase, salida de la sabiduría popular, de que la mentira tiene patas cortas, se haría realidad con la fuerza de una colosal verdad.
 
Fue entonces que el movimiento revolucionario decidió que un poderoso medio extranjero revelara la autenticidad y vitalidad de los barbudos comandados por Fidel. Al final, se dispuso que The New York Times diera la noticia.
 
Por esa razón llegó a La Habana, el 15 de febrero, el periodista y editorialista Herbert Matthews. Al siguiente día, en horas de la noche, Felipe Guerra Matos, en Manzanillo, estaría delante de su histórica misión: ser el último enlace entre el informador estadounidense y la finca de Epifanio Díaz, en la falda de la Sierra Maestra, donde el Jefe de la Revolución aguardaba para una entrevista que le dio la vuelta al mundo.
 
Conocía la zona como la palma de su mano, sabía de los puntos de la guardia rural y, también, estaba consciente de que lo detendrían, pues así sucedía cuando pasaba por esas posiciones. Se las arregló para convencer a los militares de que iba, igual que siempre, a vender frutas y otras cosas en la zona. Se rió muchísimo cuando su pasajero se cayó en el arroyo Tío Lucas, o con la cara de aquel, cada vez que tenía que sortear un tramo peligroso de la empinada travesía. Y para colmo, «él me hablaba en inglés y yo le respondía yes o no, sin saber lo que estaba diciendo».
 

Foto: Archivo de Granma

Pero después de vencer uno de los tramos más peligrosos del viaje, el 17 de febrero, a las 7:30 de la mañana, Matthews y Fidel se acomodaron para su charla, en un cobertizo del campamento rebelde. Se publicó el 24 del mismo mes, en el influyente rotativo de Estados Unidos, en tres partes, dejando en ridículo a la tiranía y devolviéndole la esperanza a Cuba. El Gobierno batistiano tildó de falso el testimonio, a tal punto que dijo que no había foto del periodista con su entrevistado, la cual se publicó cuatro días después, en las mismas páginas.
 
De las montañas, tras combatir en la columna de Crescencio Pérez, y cumplir varias órdenes de Fidel, como la emboscada de Cienaguilla y otras, bajó en enero de 1959 con el grado de capitán.
 
Entonces, otra gran encomienda le tenía reservada el Comandante en Jefe: la de ser el Director General de Deportes, el primero que conduciría el movimiento deportivo sobre un pensamiento participativo. La tarea la recibió el 13 de enero y, junto a su Jefe, en el coliseo de la Ciudad Deportiva, el 29 de ese propio mes, escuchó de este la tarea que convertiría a la Mayor de las Antillas en una potencia deportiva mundial, cuando nadie era capaz de imaginar tan colosal hazaña.
 
Guerra Matos, hasta el último de sus días, el pasado sábado, fue fiel a esa otra misión: «Venimos decididos a impulsar el deporte a toda costa, llevarlo tan lejos como sea posible, pero para ello es necesario la ayuda de todos: de atletas, de dirigentes, de organismos, de comentaristas deportivos».
 
No más entró a la Ciudad Deportiva, el 14 de enero, un periodista le preguntó: «¿Qué sabe usted de deportes?», y él le respondió: «Nada, pero de guerra no sabíamos nada y la ganamos».
 
Su obra está en cada medalla, en cada actuación del deporte cubano, en cada joven que, con orgullo, disfruta el himno patrio en un podio o, sencillamente, como parte de una delegación.