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Guíaba y unía en la lucha

Fue la situación en que vivíamos la mayoría de los cubanos la que nos llevó a Santiago de Cuba. En este país llegaba a la presidencia Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás y seguíamos en la misma miseria. Con Fulgencio Batista la situación se puso peor, porque con él no había remedio. Había que hacer algo y solo se podía sacar por la fuerza, porque así había llegado el 10 de marzo de 1952. La solución era a través de las armas, solo que no había un hombre capaz de unir todas las fuerzas políticas. Yo no quería saber de Carlos Prío ni de Aureliano Sánchez Arango, y en eso apareció Fidel, una luz que nos alumbró el camino. Una mañana viajé a La Habana y fui a las oficinas del Partido Ortodoxo, donde me entrevisté con Abel Santamaría. Un tiempo después comenzaron los entrenamientos militares en la Universidad de La Habana, en las cercanías de Catalina de Güines y en Santa Elena, la finca de la familia de Mario Hidalgo-Gato, en Nueva Paz. Hasta que llegó la hora cero. Nos dieron un boletín y un compañero nos llevó a la Estación Central de Ferrocarriles. De allí salimos en el tren Habana-Santiago la noche del 24 de julio de 1953. Solo sabía que se iba para el este, pasaban y pasaban las provincias hasta que a las 5:00 p.m. del 25 de julio el tren llegó a Santiago de Cuba. Fuimos a un hotel y después a la Granjita Siboney. En la noche  
llegó Fidel y nos habló. Recuerdo que nos dijo que quien creyera que no podía ir a la acción se saliera del grupo. Lo hizo una minoría, como unas cuatro personas. Inmediatamente se conformaron los grupos y me ubicaron en el de Fidel. Viajé en una de las máquinas que iba detrás de la de él. Lograron entrar al cuartel Moncada los asaltantes José Suárez Blanco, Ramiro Valdés y Jesús Montané. Al producirse el hecho nos bajamos de los autos, Fidel trató de reagrupar la tropa, pero ya no había solución. Regresé a la Granjita Siboney en el carro con Fidel. Allí nos cambiamos de ropa y Fidel dijo que se iba para el monte, y los que así lo desearan que lo siguieran. Me iba con él, pero Genaro me dijo que lo mejor sería enrumbarnos para Santiago y de ahí regresar a  
La Habana. Salimos a la carretera, llegamos a la ciudad y allí nos detuvieron. Nos llevaron para el Moncada. Pensé que nos iban a matar. Nunca confesé ser asaltante. Del cuartel nos trasladaron para el Vivac, pero no se sabía si Fidel estaba vivo o muerto, hasta que lo vimos llegar. Después de la excarcelación en 1955 fui a visitarlo a un apartamento al Vedado. Nos dijo que se iba para algún lugar del Caribe, no precisó a qué país. Le aseguramos que nos iríamos con él, pero nos orientó continuar en Cuba, donde se necesitaba apoyar al Movimiento 26 de Julio. Más tarde supimos que estaba en México, regresó en el Granma, la lucha en la Sierra y el triunfo. Tuve el honor de acompañarlo en los comienzos de la lucha, en aquel asalto al Moncada del cual dijo que a partir de ese hecho todo fue menos difícil, y digo que fue así porque desde entonces tuvimos un programa de gobierno, una bandera, un himno y un Fidel que guiaba y unía en la lucha.

Tomado de: 

"Yo conocí a Fidel"
01/07/2009

Fecha: 

Julio 2009