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Un partido: liderazgo y unidad

Fecha: 

10/04/2025

Fuente: 

Granma

Autor: 

Privilegiada fecha es la del 10 de abril en la historia patria, y no exclusivamente por los hechos que de forma indiscutible la marcaron, sino por algo mucho más grande, más profundo, capaz de sobrepasar al tiempo, a los hombres, a su impronta: el amor por Cuba.
 
Un sentimiento, que ha tenido la fuerza suficiente para hilar los instantes definitorios del devenir de nuestro heroico batallar.
 
Razón más que suficiente para comprender que a poco más de dos décadas del bautizo constitucional de la República, naciera también una organización política sin precedentes que, a pesar de su avanzado sostén ideológico, no implicaba en modo alguno una ruptura con la herencia independentista de los años ya vividos, sino una necesaria continuación. Su mérito supremo estuvo en sumar cubanos a la causa de su tierra, sin importar las fronteras que habitaban.
 
El Partido Revolucionario Cubano fue uno de los partos más gloriosos, entre los muchos que se necesitaron para abrazar la libertad. Fue la concreción más sólida, hasta entonces, de lo que debía ser para los cubanos el concepto de unidad, desde la perspectiva de una estructura que ejerciera liderazgo, más allá del que pudiera ejercer un solo hombre o varios de ellos.
 
Así, con ese visionario pensamiento que le fue tan natural y característico, Martí se convirtió en artífice del más puro antecedente que tuvieron, en el decurso y los periodos de lucha, las organizaciones nacidas para la defensa irrenunciable de la patria.
 
Como su Delegado por decisión consensuada de los que abrazaron la causa independentista entonces, aquel hombre de suprema transparencia y elevado espíritu, supo demostrar que aquel encargo era, primero, en nombre de Cuba; después, de la confianza de sus correligionarios, pero nunca, en nombre propio o como merecimiento individual (aunque sobrado mérito tenía).
 
De esa comprensión salió el legado principal del PCR, definido magistralmente por su artífice en el periódico Patria, incluso antes de su fundación: «Él es, de espontáneo nacimiento, la grande obra pública. Es, sin más mano personal que la que echa el hierro hirviente al molde, la revelación de cuanto tiene de sagaz y generosa el alma cubana».
 
Fue ese también, por naturaleza y herencia, el principio fundacional del que llamamos con orgullo «inmortal», nuestro Partido Comunista de Cuba. Ese, que no ha dejado de ser nunca lo que Fidel con plena seguridad acuñó: «el alma de la Revolución».
 
La historia tiene voz propia, y es suficientemente clara y precisa cuando aprendemos a escucharla. Hay fechas que cuentan entre sus mejores argumentos, y el 10 abril es contundente para entender esencias de unidad, de caminos continuados, y de la pertinencia y la validez de un liderazgo que no deja de ser colectivo, aunque apuesta por un único Partido.