Fidel en las trincheras vietnamitas
Fecha:
12/09/2003
Fuente:
Granma
Autor:
Aparte de su viaje más importante, el que hizo en el Granma desde México a Cuba, para continuar en las montañas la gesta iniciada en el Moncada, uno de los periplos de mayor trascendencia del Comandante en Jefe fue el que realizó a Viet Nam, hace hoy justamente 30 años. Fue breve como un relámpago, pero con tanta luz como el que encierra ese trazo de un árbol que fabrica la naturaleza descargando con fuerza telúrica la electricidad. ¡Un luminoso estallido de amor entre dos pueblos ya inseparables!
"Me siento como en la Sierra Maestra en los días de la guerra", dijo Fidel para gritar, aunque el tono de su voz era casi un susurro, el estado de ánimo que lo envolvía al visitar la zona liberada del Sur de Viet Nam, que se encontraba en plena contienda bélica. Otro pensamiento le brotó entonces: "Confío en Raúl, confío en nuestro pueblo", lo que tenía que ver con el hecho de que Cuba estaba de nuevo amenazada de agresión militar, de haberse desarrollado los acontecimientos en la dirección que histéricamente buscaba la mafia de Miami, a partir de la muerte del Presidente Salvador Allende y el golpe de Estado fascista que la CIA yanki, utilizando al general Pinochet, llevó a cabo en Chile.
Detrás de aquel asesinato de una democracia burguesa que ya no convenía al imperio porque desde la presidencia del fraterno país se dictaban reformas de beneficio popular, estaba también el afán de contar con el primer laboratorio en el Tercer Mundo para ensayar la nefasta doctrina neoliberal. Ambas ideas fueron dichas por Fidel a sus acompañantes, Carlos Rafael, Melba, Chomi, Pepín, Osmany, Fundora, Llompart, amén del Embajador de Cuba en las dos partes de Viet Nam, inmerecido honor que recibí.
Un año antes Fidel se había quejado ante el Embajador, medio en broma, medio en serio, que no se había interesado en que lo invitaran a visitar la región sureña de ese Viet Nam por el que los cubanos estábamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre, como él mismo dijera con su desafiante actitud de siempre, y que luchaba con suprema abnegación por todos los pueblos del mundo. Dependía aquel peligroso viaje de la dirección vietnamita. Pham Van Dong, Primer Ministro y el mejor discípulo del Tío Ho, con el mismo júbilo que pronto todo el Buró Político del experimentado Partido, acogió la iniciativa. Riendo dijo al Embajador que el problema protocolar que suponía el número de disparos de artillería del recibimiento se había resuelto. Consistía en que para los jefes de Estado era de 21, pero le correspondían solo 19 salvas a quien entonces era Primer Ministro. Por ser Fidel, serían 22. El Embajador le había advertido, al conocer ese problema (a los ojos de la población vietnamita, que sin duda contaría los disparos) que al Comandante en Jefe le era igual si no hacían una sola salva.
En el banquete de despedida de Nueva Delhi, la Primera Ministra de la India Indira Gandhi, con lágrimas en los ojos, le había comunicado a Fidel la triste noticia de la caída de Allende, y en la delegación cubana no faltaron voces que aconsejaron postergar el viaje a Viet Nam, pero el Comandante en Jefe expresó que incluso ese hecho no cambiaba que el centro de la lucha mundial contra el imperio era la tierra vietnamita. Sin saber de ese viraje trágico en el destino de Chile, al conocerlo de madrugada por conducto de Pham Van Dong y el Ministro de Defensa, legendario General de Ejército Vo Nguyen Giap, el Embajador cubano ratificó que Fidel vendría al alba, aunque no tenía comunicación con él. Así lo comprobó el millón de vietnamitas que lo acogió con infinita alegría por ver en Fidel a un Tío Ho más joven, para decirlo como cualquiera en ese mismo millón, que lo revivía. Todo, pues, resuelto.
Sin embargo, no era así. Sin contar con la parte cubana aquel Buró Político cuya palabra, según el Jefe de Protocolo de Hanoi, equivalía a la de Dios mientras durara la guerra de salvación nacional, decidió suspender el objetivo del viaje del Comandante: su visita al frente principal de los combates. El argumento era lógico, añadió. La muerte de Allende fue obra de los halcones yankis, que buscarían la de Fidel para seguramente lanzarse sobre Cuba. A Viet Nam ahora debía preocuparle la suerte inmediata de la Revolución cubana. El Embajador transgredió el protocolo y fue a casa de Pham Van Dong, de noche, a decirle que con esa actitud Viet Nam anteponía a sus sagrados intereses políticos su amor por Cuba, pero que sabía que Fidel escapaba de esa lógica.
Pham Van Dong se dispuso, por primera vez en su larga existencia, a dejar sin cumplir un acuerdo del Buró Político y organizó el viaje, sigilosamente, apenas convenciendo a Le Duan y Truong Chinh, con mayor jerarquía en el Partido. Es más, sin publicidad, acompañaría a Fidel. El Embajador propuso que para guardar el secreto se dejara en pie la visita a Haiphong, el heroico puerto en que habían permanecido dos barcos cubanos, junto a naves de China, mientras los buques de los demás países salieron cuando Nixon decretó el bloqueo y el minado de las afueras de ese puerto. Todo aquel pueblo quedó esperando en las calles y tan pronto salió de Hanoi la delegación el Embajador debió ir a pedirle excusa y agradecerle que de esa forma protegiera la visita de Fidel al teatro de operaciones en el que, violando una tregua, el ejército títere no dejaba de hostigar con artillería y aviación.
Ese secreto, apenas regresó a Hanoi, lo reveló el propio Comandante y cuando en la recepción final de los vietnamitas en el Palacio donde trabajó el Tío Ho, para vivir en modesta vivienda en sus jardines, comenzó sus palabras diciendo que acababa de llegar del Sur combatiente, los aplausos dieron el trueno que sigue al relámpago.
Pero ese secreto condujo a otro, todavía mayor: el de los tres sí. Sí, a la petición formulada por Giap y Pham Van Dong de madrugada, estando Fidel en ropa de dormir, junto a su lecho, con el mapa de Viet Nam sobre la mesita de noche, de que Cuba entrenara los operadores de los equipos para unir y convertir en terreno firme los miles de vericuetos del más misterioso camino en la historia, el Camino Ho Chi Minh, que enlazaba a los pueblos hermanos de Viet Nam, Lao y Cambodia, con zonas jamás pisadas antes por el hombre, a fin de encontrar la única vía posible para ir a la liberación de Saigón, guarida del Pinochet vietnamita.
Sí, a la compra de equipos, que se adquirirían en Japón, para abrir selvas y vencer obstáculos en aquella operación de muchos miles de vietnamitas, sin que nada pudiera descubrir el enemigo. Sí, al envío al terreno de los maestros cubanos de los operadores, que se hizo creer a Nixon eran tanquistas, para el tramo final en lucha contra el tiempo, pues en mayo las lluvias convertían en mares los terrenos. Esos maestros en Hanoi fingieron ser entrenadores deportivos... ¡de pelota!, y como otros constructores enviados por Cuba, médicos, marinos, periodistas, militares, inseminadores, diplomáticos, se mezclaron en heroísmo con los vietnamitas.
Todo se cumplió matemáticamente. Los tanques del socialismo el día previsto lanzaron la ofensiva final desde la región liberada del Sur, que el Comandante visitó, donde sin nadie esperarlo fue por el laberinto de las trincheras a la primera línea de fuego y al regreso tomó una bandera del Frente Nacional de Liberación de Viet Nam del Sur, la agitó al aire y la entregó a los soldados que lo aclamaban para que la llevaran de triunfo en triunfo. Saigón fue liberada el 30 de abril de 1975 y rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh.
En fin, este de hace 30 años, desde el punto de vista de la historia, más influyente que el de la geografía, fue otro viaje de Fidel con motivo de una emancipadora guerra justa. De labios del Tío Ho, el Embajador cubano escuchó, lo mismo que Melba, Marta Rojas, García Oliveras, todos los cubanos que tuvieron el honor inmenso de conocerlo, que Viet Nam es la Cuba de Indochina. ¡Juntos seguimos!.
"Me siento como en la Sierra Maestra en los días de la guerra", dijo Fidel para gritar, aunque el tono de su voz era casi un susurro, el estado de ánimo que lo envolvía al visitar la zona liberada del Sur de Viet Nam, que se encontraba en plena contienda bélica. Otro pensamiento le brotó entonces: "Confío en Raúl, confío en nuestro pueblo", lo que tenía que ver con el hecho de que Cuba estaba de nuevo amenazada de agresión militar, de haberse desarrollado los acontecimientos en la dirección que histéricamente buscaba la mafia de Miami, a partir de la muerte del Presidente Salvador Allende y el golpe de Estado fascista que la CIA yanki, utilizando al general Pinochet, llevó a cabo en Chile.
Detrás de aquel asesinato de una democracia burguesa que ya no convenía al imperio porque desde la presidencia del fraterno país se dictaban reformas de beneficio popular, estaba también el afán de contar con el primer laboratorio en el Tercer Mundo para ensayar la nefasta doctrina neoliberal. Ambas ideas fueron dichas por Fidel a sus acompañantes, Carlos Rafael, Melba, Chomi, Pepín, Osmany, Fundora, Llompart, amén del Embajador de Cuba en las dos partes de Viet Nam, inmerecido honor que recibí.
Un año antes Fidel se había quejado ante el Embajador, medio en broma, medio en serio, que no se había interesado en que lo invitaran a visitar la región sureña de ese Viet Nam por el que los cubanos estábamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre, como él mismo dijera con su desafiante actitud de siempre, y que luchaba con suprema abnegación por todos los pueblos del mundo. Dependía aquel peligroso viaje de la dirección vietnamita. Pham Van Dong, Primer Ministro y el mejor discípulo del Tío Ho, con el mismo júbilo que pronto todo el Buró Político del experimentado Partido, acogió la iniciativa. Riendo dijo al Embajador que el problema protocolar que suponía el número de disparos de artillería del recibimiento se había resuelto. Consistía en que para los jefes de Estado era de 21, pero le correspondían solo 19 salvas a quien entonces era Primer Ministro. Por ser Fidel, serían 22. El Embajador le había advertido, al conocer ese problema (a los ojos de la población vietnamita, que sin duda contaría los disparos) que al Comandante en Jefe le era igual si no hacían una sola salva.
En el banquete de despedida de Nueva Delhi, la Primera Ministra de la India Indira Gandhi, con lágrimas en los ojos, le había comunicado a Fidel la triste noticia de la caída de Allende, y en la delegación cubana no faltaron voces que aconsejaron postergar el viaje a Viet Nam, pero el Comandante en Jefe expresó que incluso ese hecho no cambiaba que el centro de la lucha mundial contra el imperio era la tierra vietnamita. Sin saber de ese viraje trágico en el destino de Chile, al conocerlo de madrugada por conducto de Pham Van Dong y el Ministro de Defensa, legendario General de Ejército Vo Nguyen Giap, el Embajador cubano ratificó que Fidel vendría al alba, aunque no tenía comunicación con él. Así lo comprobó el millón de vietnamitas que lo acogió con infinita alegría por ver en Fidel a un Tío Ho más joven, para decirlo como cualquiera en ese mismo millón, que lo revivía. Todo, pues, resuelto.
Sin embargo, no era así. Sin contar con la parte cubana aquel Buró Político cuya palabra, según el Jefe de Protocolo de Hanoi, equivalía a la de Dios mientras durara la guerra de salvación nacional, decidió suspender el objetivo del viaje del Comandante: su visita al frente principal de los combates. El argumento era lógico, añadió. La muerte de Allende fue obra de los halcones yankis, que buscarían la de Fidel para seguramente lanzarse sobre Cuba. A Viet Nam ahora debía preocuparle la suerte inmediata de la Revolución cubana. El Embajador transgredió el protocolo y fue a casa de Pham Van Dong, de noche, a decirle que con esa actitud Viet Nam anteponía a sus sagrados intereses políticos su amor por Cuba, pero que sabía que Fidel escapaba de esa lógica.
Pham Van Dong se dispuso, por primera vez en su larga existencia, a dejar sin cumplir un acuerdo del Buró Político y organizó el viaje, sigilosamente, apenas convenciendo a Le Duan y Truong Chinh, con mayor jerarquía en el Partido. Es más, sin publicidad, acompañaría a Fidel. El Embajador propuso que para guardar el secreto se dejara en pie la visita a Haiphong, el heroico puerto en que habían permanecido dos barcos cubanos, junto a naves de China, mientras los buques de los demás países salieron cuando Nixon decretó el bloqueo y el minado de las afueras de ese puerto. Todo aquel pueblo quedó esperando en las calles y tan pronto salió de Hanoi la delegación el Embajador debió ir a pedirle excusa y agradecerle que de esa forma protegiera la visita de Fidel al teatro de operaciones en el que, violando una tregua, el ejército títere no dejaba de hostigar con artillería y aviación.
Ese secreto, apenas regresó a Hanoi, lo reveló el propio Comandante y cuando en la recepción final de los vietnamitas en el Palacio donde trabajó el Tío Ho, para vivir en modesta vivienda en sus jardines, comenzó sus palabras diciendo que acababa de llegar del Sur combatiente, los aplausos dieron el trueno que sigue al relámpago.
Pero ese secreto condujo a otro, todavía mayor: el de los tres sí. Sí, a la petición formulada por Giap y Pham Van Dong de madrugada, estando Fidel en ropa de dormir, junto a su lecho, con el mapa de Viet Nam sobre la mesita de noche, de que Cuba entrenara los operadores de los equipos para unir y convertir en terreno firme los miles de vericuetos del más misterioso camino en la historia, el Camino Ho Chi Minh, que enlazaba a los pueblos hermanos de Viet Nam, Lao y Cambodia, con zonas jamás pisadas antes por el hombre, a fin de encontrar la única vía posible para ir a la liberación de Saigón, guarida del Pinochet vietnamita.
Sí, a la compra de equipos, que se adquirirían en Japón, para abrir selvas y vencer obstáculos en aquella operación de muchos miles de vietnamitas, sin que nada pudiera descubrir el enemigo. Sí, al envío al terreno de los maestros cubanos de los operadores, que se hizo creer a Nixon eran tanquistas, para el tramo final en lucha contra el tiempo, pues en mayo las lluvias convertían en mares los terrenos. Esos maestros en Hanoi fingieron ser entrenadores deportivos... ¡de pelota!, y como otros constructores enviados por Cuba, médicos, marinos, periodistas, militares, inseminadores, diplomáticos, se mezclaron en heroísmo con los vietnamitas.
Todo se cumplió matemáticamente. Los tanques del socialismo el día previsto lanzaron la ofensiva final desde la región liberada del Sur, que el Comandante visitó, donde sin nadie esperarlo fue por el laberinto de las trincheras a la primera línea de fuego y al regreso tomó una bandera del Frente Nacional de Liberación de Viet Nam del Sur, la agitó al aire y la entregó a los soldados que lo aclamaban para que la llevaran de triunfo en triunfo. Saigón fue liberada el 30 de abril de 1975 y rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh.
En fin, este de hace 30 años, desde el punto de vista de la historia, más influyente que el de la geografía, fue otro viaje de Fidel con motivo de una emancipadora guerra justa. De labios del Tío Ho, el Embajador cubano escuchó, lo mismo que Melba, Marta Rojas, García Oliveras, todos los cubanos que tuvieron el honor inmenso de conocerlo, que Viet Nam es la Cuba de Indochina. ¡Juntos seguimos!.