Savia que dignifica y complementa
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Sin recortes a la igualdad. Sin resquicios discriminatorios. Plena en su incorporación a cuanto quehacer le demande la vida, ya sea en el trabajo, en el hogar, en los escenarios políticos, en la sociedad toda. Digna y preparada, labrando sin titubeos su empoderamiento, aún limitado.
Esa es la visión de la mujer cubana que trajo consigo la Revolución y que en casi seis décadas ha venido materializando, con mayor o menor acierto, con el esfuerzo de muchas y muchos que pusieron a un lado sus prejuicios (si acaso los tuvieron) e intentaron que otros y otras, ojalá todos, hicieran lo mismo.
Esa es la visión de la mujer cubana que bajó de la Sierra, porque desde antes ya se pensaba en ella, porque no fueron pocas las manos femeninas que abrazaron la causa liberadora, en cada lucha, en cada época. Y fue en la voz de Fidel, luego del triunfo, donde comenzaron a escucharse, con mayor fuerza, los retos que en materia de igualdad de género y emancipación enfrentaría el país, consciente de que las mujeres constituían “una revolución dentro de otra revolución”.
La prioridad otorgada a las problemáticas femeninas no se hizo esperar con la creación, el 23 de agosto de 1960, de la Federación de Mujeres Cubanas. Su presidenta fundadora, Vilma Espín Guillois, se dedicó desde esa fecha hasta el último de sus días a lograr la plena integración social de ese sector, tan vulnerable entonces.
Instruirlas, educarlas, enseñarles cómo forjarse un futuro ajeno a los vicios y desmanes que proliferaban antes de 1959 también figuró entre los propósitos primeros de aquel barbudo sagaz, Comandante y líder. Visionario siempre. Y fue así como nacieron las escuelas para campesinas Ana Betancourt que rescataron de la incultura a miles de jóvenes, marchitadas en los rincones más inhóspitos de la Isla.
Tampoco podría desconocerse el vendaval emancipador que significó la Campaña de Alfabetización, cuyos beneficios alcanzaron a todos y todas; ni el surgimiento, gracias al empuje de Vilma, de aquellos primeros círculos infantiles con el ánimo de (re)incorporar a las mujeres a la vida laboral.
Sabía Fidel que “cuando se juzgue a nuestra Revolución en los años futuros, una de las cuestiones por las cuales nos juzgarán será la forma en que hayamos resuelto, en nuestra sociedad y en nuestra Patria, los problemas de la mujer, aunque se trate de uno de los problemas de la Revolución que requieren más tenacidad, más firmeza, más constancia y esfuerzo”.
Fue por ello que desde todos los órdenes: social, político, cultural, e incluso constitucional y legislativo, se fueron librando pequeñas y también fuertes contiendas para promover los derechos de la mujer. Desde la propia Constitución se establecieron los preceptos de igualdad entre mujeres y hombres y la condena a cualquier “discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas u otra lesiva a la dignidad humana”.
Entre esas garantías conquistadas a favor de las cubanas, tan cotidianas hoy, casi intrascendentes, pero que en su momento entrañaron un golpe de justicia, un paso transgresor, figuró la promulgación del Código de Familia que liberó a la mujer y la equilibró con los hombres, ante la mirada jurídica.
Y en los escenarios internacionales también tomamos la delantera en cuanto a la defensa de los derechos de la mujer, cual reflejo exacto de la voluntad política de un país. Cuba fue la primera nación de América Latina en legalizar el aborto, en 1965, y de igual forma fuimos pioneros en firmar la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y segundos en ratificarla.
Aún quedan muchas cuentas por saldar en términos de equidad y empoderamiento para silenciar, de una vez, prejuicios vetustos. Sin embargo, el rostro plausible de aquella visión que echó a andar un 1ro. de Enero se multiplica al saber (por solo citar algunas cifras) que las mujeres representan hoy el 48 % del total de las personas ocupadas en el sector estatal civil y el 46 % de los altos cargos de dirección; son además, el 78,5 % del personal de salud, el 48 % de los investigadores científicos y el 66,8 % de la fuerza de mayor calificación técnica y profesional; y constituyen el 65,2 % de los graduados en la educación superior y el 48,86 % de nuestro Parlamento.
Estadísticas que respaldan aquella certeza fidelista de que “a lo largo de estos años difíciles, no ha habido tarea económica, social y política, no ha habido logro científico, cultural y deportivo, no ha habido aporte a la defensa de nuestro pueblo y de la soberanía de nuestra Patria, que no haya contado con la presencia invariablemente entusiasta y patriótica de la mujer cubana”.