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La voz creativa de la radicalidad

Fidel fotografiado por Agnès Varda.
Fidel fotografiado por Agnès Varda.

Data: 

07/07/2021

Fonte: 

Periódico Granma

Autore: 

Cuando Jim Morrison, líder y cantante del grupo The Doors, le declaró a un periodista de Rolling Stones en 1969 que el rock había muerto, probablemente exageraba, o no. A esa altura de su vida el rey lagarto ya había visto lo suficiente y vivido su propia cuota inacabable de locura. Le quedaban dos años para un último intento de ser tomado en serio. Aquello fracasó en una tina de París y una dosis excesiva de drogas. Pasó entonces a engrosar la, por entonces, aún corta lista de mitos suicidas del rock.
 
No solo la perdurabilidad de su vida, los puntos comunes, sino, además, la coincidencia de edad en el momento de la muerte, lo emparentaron a los ya difuntos Janis Joplin y Jimi Hendrix. Lidiaba entonces el músico con múltiples tensiones; la menor, pero no menos marcada, era un juicio que perdió en Miami por conducta lasciva y exhibicionismo en un concierto que, poco antes, había dado en esa ciudad, y que atentaba contra «las buenas costumbres».
 
El concierto había sido en marzo de 1969, pero el juicio no comenzó hasta septiembre del siguiente año. Para la fecha del concierto Jim no era precisamente el símbolo sexual que había proyectado en años previos. Pero el cambio no podía confundirse con una versión más moderada de su comportamiento excéntrico.
 
John Densmore tuvo una relación difícil con Morrison. Baterista del grupo, para algunos el más gris de los cuatro, había estado avanzando la idea de deshacerse de Jim por su actuar errático. A la muerte de Morrison, sin embargo, se volvió un defensor a ultranza de su legado. En 2002 escribió un artículo en The Guardian, que tituló Sobre el cuerpo muerto de Jim, en el que defendía la posición del difunto, que siempre se negó a que la música del grupo fuera usada en comerciales.
 
En una ocasión, Buick, un fabricante de autos, quiso comprar los derechos a usar la canción Light my fire en sus comerciales. Jim aún estaba vivo, y a pesar de que los otros tres integrantes, Densmore, Manzarek y Krieger estaban de acuerdo, Morrison puso fin al intento.
 
Sobre ese legado, Densmore levantó su postura de principios, al punto que incluso afrontó una demanda de los otros dos integrantes del grupo por su negativa a que se aprovecharan de ese legado musical para una propaganda de Cadillac. En el juicio, los abogados de Manzarek y Krieger intentaron demonizar a Densmore como un peligroso comunista; el artículo que este había publicado en The Guardian fue usado como evidencia. Quizá no gustaba que John escribiera que «Las calles están llenas otra vez. Y están protestando por lo mismo que yo denuncio aquí: la ambición corporativa».
 
La muerte de Morrison fue un asunto escabroso. Se había ido a París con su pareja Pamela Courson mientras esperaba el resultado de la apelación. Antes de llegar a la ciudad, que ya había visitado con anterioridad, había conocido a la cineasta francesa Agnès Varda, incluso había aparecido como extra en su película Amor de leones y se había interesado por el proceso de filmación de la pareja de Varda, Jacques Demy, ambos protagonistas de la Nueva ola francesa de cine.
 
El sábado 3 de julio, Courson llamó a Agnes para decirle que ella creía que Jim estaba muerto de  sobredosis. Al llegar la policía, y para evitar el escándalo mediático, Varda y su acompañante Alain Ronay declararon que el muerto era un tal Douglas Morrison. El forense declaró muerto a Jim por paro cardíaco. Su «camello», Jean de Breteuil, huyó a Casablanca, en Marruecos, para evitar cualquier investigación de la policía. Pamela Courson se encargó de quemar toda evidencia de Jim, para hacer viable el cambio de nombre por Douglas. El martes, el cuerpo fue enterrado con la asistencia de solo cinco personas. Así comenzó una de las leyendas más persistentes del rock.
 
Agnès Varda, la amiga parisina de Morrison, de quien él dijera que era una de las pocas personas en las que podía confiar, fue una de las cinco asistentes al entierro del lagarto. Ya entonces la francesa había filmado su película Cleo de 5 a 7: en la superficie una crónica sobre una cantante que espera el resultado de una biopsia, pero que es una declaración de emancipación, al darle voz a una mujer para que se narre a sí misma, y no a través de la visión «objetificadora» de otros.
 
La conocida como abuela de la Nueva ola francesa fue una extraordinaria mujer y una extraordinaria directora de cine, cuya influencia en los modos de hacer, tanto cinematográficos como en la fotografía, perduran hasta el día de hoy. Varda sigue siendo inspiración para muchos, tanto por su obra incuestionable como por su legado de militancia. En una actualidad signada por la preponderancia del aburrimiento creativo en tantas manifestaciones, su pasión por explorar nuevos caminos, hasta su misma muerte nonagenaria, es un monumento al talento. Lo son también todas las apropiaciones que hizo a las causas que creyó meritorias, incluyendo un feminismo activo, que la llevó a ser una de las mujeres que firmó, en el mismo año de la muerte de Jim, el famoso manifiesto, en el que admitía haber abortado cuando esto aún era ilegal en Francia, y en el cual pedía su legalización. Su filme Una canta, la otra no es considerado uno de los más importantes testimonios artísticos del movimiento feminista de su tiempo.
 
Llamar, a los 30 años, a Varda, la abuela de la Nueva ola francesa, tenía algo de respeto por la creadora, pero a la vez, de condescendencia. Como ella misma dijo, algunas de las innovaciones de Godard y de Truffaut, ya ella las había hecho años antes con La pointe courte, su obra prima. Tiempo después confesaría que su propósito era emular a Joyce, Hemingway, Faulkner, y buscar un nuevo lenguaje para hacer cine: «luchaba por un cine radical, y continúe haciéndolo toda mi vida». Su documentación de los panteras negras en ee. uu. pasaría a ser uno de los testimonios  visuales más importantes de una época de grandes transformaciones.
 
Agnès estuvo en Cuba en la frenética década de los 60, atraída por la Revolución Cubana, como otros artistas famosos. Tuvo la oportunidad de recorrer nuestras calles y, sobre todo, medirle el pulso a la vida en un momento definitorio no solo para la Isla, sino para el planeta. A finales de 1962 Varda arribó a La Habana invitada por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, cuando ya era conocida por Cleo de 5 a 7, y algunos documentales; su vocación dividida entre fotografía y cine se dejó ver en su visita.
 
Tomó decenas de fotos en Cuba. A la cineasta francesa le llamaba la atención, sobre todo, la sensación de que todo se movía: la gente se movía, bailaba, las calles se movían, la ciudad se movía, la Isla toda se contorsionaba bajo diferentes ritmos creativos, algunos musicales, pero definitivamente los sociales marcaban el tiempo del movimiento: «habían exhibiciones, películas, ballet, poemas. Era una explosión cultural». En una secuencia famosa retrató al Beny bailando con su traje blanco y su bastón; en otro momento capturó a Wifredo Lam. Casi al final de la visita conoció a Fidel, y lo testimonió sentado frente a dos gigantescas piedras en forma de alas, en otra de esas fotos que parecen sugerir que Fidel estaba ungido.
 
Con 75 años Agnès se vistió de papa para anunciar una instalación suya en la Bienal de Venecia de 2003, una denuncia del malgasto de alimento en la sociedad capitalista de consumo. Con más de 80 años tenía el pelo de dos colores, lo que provocaba que sus nietos le llamaran Mamita Punk. Varda fue testigo de algunos de los extremos más creativos del siglo xx. Entendió, como otros individuos y colectivos, que el verdadero acto de creación nunca estaba en los malabares, sino en lo radical. El centro mutilador es propio de la mediocridad, posponedora de los tormentos civilizatorios que gestan eras: «Este es un mundo terrible, pero me mantengo en la idea de que cada día debería ser interesante».
 
En el filme de Oliver Stone sobre Jim Morrison, este conoce a Andy Warhol en una fiesta. La cámara se fija en un teléfono dorado que Warhol le ofrece a Jim mientras le dice: «Alguien me dió ese teléfono… creo que fue Edie… sí, fue Edie… y me dijo que con él podía hablar con Dios, pero bueno… no tengo nada que decirle, … así que aquí te lo doy, es para ti… ahora puedes hablar con Dios». Morrison luego le entrega el teléfono a una persona homeless.
 
Agnès dio voz visual a los desclasados y preteridos, fueran mujeres, vagabundos, negros o cubanos y a todos nosotros, si teníamos algo que decir a lo trascendente. Todavía hoy seguimos hablando.