Los dos son parecidos: Fuertes y difíciles de vencer
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Cuando nací, Fidel casi cumplía los 65. No viví los tiempos del Granma, ni los de Girón. Supe de sus hazañas por mis padres, mis primeros maestros y los libros de Historia.
Lo conocí a través de la televisión, de los discursos del Período especial. Recuerdo un rostro sincero y con el síndrome de preocupación constante por el futuro de Cuba.
El dedo índice señalando hacia arriba como quien posee fuerza de gladiador invencible.
La peculiar barba, expresión del largo camino recorrido y el uniforme verdeolivo, símbolo del combate incesante. Ante los ojos de niña, era una experiencia sorprendente.
La admiración por Fidel creció con el regreso del pequeño Elián. Por esa fecha tenía ocho años de edad y cursaba el tercer grado.
Ya era mi ídolo, no solo por su presencia en el Moncada, por su condición de capitán del yate Granma, por su andar rebelde en la Sierra Maestra.
Ya era mi ídolo por la grandeza multiplicada en cada contienda del pueblo. El ejemplo del Comandante abrazaba cada pregunta de esta pionera inquieta por desentrañar la luz de su mirada penetrante.
Yo crecía y la voz de Fidel se levantaba, ahora exigiendo la libertad de Los Cinco. Con cada palabra suya recibía un mar de enseñanzas que tejían, a la vez, valiosas reflexiones.
El 31 de julio del 2006, al cumplir quince años, recibí la triste noticia del deterioro de su salud.
Presentí entonces que existía una conexión entre nosotros. Sí porque 13 es el 31 al revés. Mi abuelo había nacido un día 31, en el mismo mes que Fidel, y el propio 31 de julio enfermó por problemas cardíacos.
A los diez días del ingreso, el abuelo Ramón, preguntó por su Comandante. Desde la sala de coronaria del hospital, exigió a los médicos que lo mantuvieran al tanto de cuanto le pasase al amigo de medio siglo. Del que admiró el alegato de autodefensa de La historia me absolverá, la actuación en la Crisis de Octubre o al que besaban en la mejilla los niños de hoy, enardecidos de emoción por unir el pasado y el presente de un pueblo en un solo hombre.
La angustia terminó, cuando ya de regreso a casa conoció de cierta recuperación, ahí pronunció la frase: “Los dos somos parecidos: fuertes y difíciles de vencer”.
“Abue, el signo leo, es muy enérgico”, le dije. Y él contestó: “Ñequita también es cuestión de coraje”.
Abuelo “Mongo” es parecido físicamente a Fidel. Eso lo confirman su estatura, el color de los ojos, el cabello que desnuda el transcurso del tiempo, pero en especial la actitud de echar pa’ lante hasta un tren sin carriles.
En Cuba, Fidel es parte de la idiosincrasia. Su estirpe acompaña el recorrido de nuestras vidas cotidianas y reencarna en miles de cubanos.
A los 28 años, considero que el hijo de Birán es extraordinario, no solo por los dotes como estratega militar, sino por su acentuada sensibilidad; esa que edifica día a día rasgos de infinito amor y justicia.
A mis 28 años, ¡FIDEL es CUBA!