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Un viaje de buena voluntad: A 65 años de la visita de Fidel Castro a Estados Unidos (I)

En horas de la tarde Fidel Castro arriba al aeropuerto de Ciudad Libertad para dirigirse a los Estados Unidos, 15 de abril de 1959. Foto: Periódico Granma/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
En horas de la tarde Fidel Castro arriba al aeropuerto de Ciudad Libertad para dirigirse a los Estados Unidos, 15 de abril de 1959. Foto: Periódico Granma/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Data: 

15/04/2024

Fonte: 

Cubadebate

El 15 de abril de 1959, Fidel Castro inició un viaje a Estados Unidos que se prolongó hasta el 28 de abril. En esta ocasión, viajó como un ciudadano privado en respuesta a una invitación de la American Society of Newspaper Editors (Sociedad de Editores de Periódicos). Este viaje fue detalladamente documentado en el libro “Fidel por el Mundo” escrito por Luis Báez, quien fue uno de los periodistas que acompañaron al Comandante durante su recorrido por Estados Unidos, Canadá y posteriormente por América del Sur.
 
Fidel durante su estancia en Estados Unidos en abril de 1959, aclaró:
 
“No quiero que este viaje sea como el de otros nuevos gobernantes latinoamericanos, que siempre acuden a los Estados Unidos para pedir dinero. Quiero que este sea un viaje de buena voluntad. (…) Ustedes están acostumbrados a ver a representantes de otros gobiernos venir aquí a pedir. Yo no vine a eso. Vine únicamente a tratar de lograr un mejor entendimiento. Necesitamos mejores relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. No vine aquí a mentir; no vine aquí a ocultar nada, porque nuestra Revolución nada tiene que ocultar. No vine aquí a pedir nada, porque nuestra Revolución no tiene nada que pedir, como no sea amistad y comprensión”.
 
Al conmemorarse 65 años de este histórico viaje, Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas comparten las memorias recopiladas por el autor de aquellos días:
 
Miércoles 15 de abril de 1959

Es un viaje diferente. No han pasado todavía ni 100 días de haber entrado victorioso a La Habana. En otros tiempos los presidentes cubanos, de acuerdo con una infortunada tradición criolla, se trasladaban al poderoso país vecino a recibir las bendiciones de Washington.
 
Ahora, con Fidel, se rompe el lastimoso molde de subordinación política. Nunca un gobernante, en viaje por los Estados Unidos, ha sido tan cabal representante de su pueblo como el héroe de la Sierra Maestra.
 

Su última visita a los Estados Unidos la había hecho cuatro años antes, cuando, sin un centavo en los bolsillos, había solicitado a las comunidades cubanas contribuciones en metálico para financiar la prometida guerra necesaria.
 
El Primer Ministro cubano no es un invitado oficial. Viaja como ciudadano particular, responde a una invitación de una entidad privada, la American Society of NewspaperEditors (Sociedad de Editores de Periódicos). El acontecimiento no tiene precedentes.
 
Es una excelente ocasión para que el pueblo norteamericano sepa de viva voz lo que significa la Revolución y hacia dónde va, ¿qué es lo que quiere? No va a pactar nada ni a negociar nada. No va a rogar ni a amenazar. Va a esclarecer toda suerte de calumnias sobre el nuevo régimen que, desde hace tres meses, propagan voceros interesados y malignos.
 
En su mayoría, los líderes latinoamericanos tan pronto llegaban al poder hacían una peregrinación a Washington para obtener la protección oficial y conseguir asistencias económicas. Fidel es una excepción, pues se negó a pedir dinero e, incluso, prohibió a sus acompañantes hablar de este tema, con lo que desconcertó a los altos cargos del país visitado.
 
Rufo López-Fresquet, ministro de Hacienda en el primer gabinete del gobierno revolucionario, formaba parte de la comitiva; en sus memorias escritas en el exilio reveló la siguiente conversación con Fidel: “No quiero que este viaje sea como el de otros nuevos gobernantes latinoamericanos que siempre acuden a los Estados Unidos para pedir dinero. Quiero que este sea un viaje de buena voluntad”.
 
Este hecho, que para los cubanos es tan evidente como el sol, no lo es aún para muchos gobernantes norteamericanos.
 
La revelación de la visita altera el plácido sosiego de la blanca ciudad del Potomac. Hay urgentes reuniones y consultas. Fidel, aunque lo prefiera así, no puede ser considerado como un viajero anónimo en trance de satisfacer un compromiso social.
 
Es el gobernante de un país que mantiene relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Pero hay algo más que desborda el rígido marco protocolar, se trata de una de las figuras de la época, un nombre que se repite con admiración en todos los continentes y en todos los idiomas. Es una bandera y un símbolo de América.
 
Aflora un tema de preocupación: los criminales de guerra batistianos refugiados en territorio norteamericano se entretienen en sus holganzas de fugitivos con amenazas truculentas. El perverso aparato de Rafael Leónidas Trujillo, el dictador dominicano, opera en íntima convivencia con los prófugos de la justicia revolucionaria.
 
Cuando le advierten de las contingencias potenciales, Fidel no disimula su desprecio. La visita debe resaltar la absoluta independencia de la naciente Revolución Cubana con respecto a los Estados Unidos.
 
Continuación de la operación verdad

La salida está señalada para el miércoles 15 de abril de 1959. Es su segundo viaje al exterior después del triunfo revolucionario. El anterior fue a Venezuela el 23 de enero de este propio año.
 
En el aeropuerto de Ciudad Libertad se encuentra desde temprano la comitiva que acompañará al jefe de la Revolución. En la pista, un Britannia de la Compañía Cubana de Aviación.
 
Fidel hace su entrada a las 5:00 de la tarde. Viste su típico uniforme de campaña. Los reporteros gráficos se transforman en equilibristas para obtener su imagen. En breves declaraciones a la prensa expresa: “Esta visita es una continuación de la Operación Verdad para defender a la Revolución contra todas las calumnias”.
 
Se despide de los comandantes rebeldes y funcionarios que han acudido a la terminal aérea. A mitad de la escalerilla se vuelve y alza la mano en un gesto de saludo. Le siguen Celia Sánchez, Regino Boti, Conchita Fernández, el capitán de Fragata Juan M. Castiñeiras, los barbudos de su escolta y personalidades de diversos sectores del país. En representación de la prensa, junto a otros periodistas voy con la certeza de estar viviendo momentos cruciales de la historia de mi país.
 
A las 5:29 p.m. la nave levanta vuelo. La distancia a recorrer entre La Habana y Washington es de 1012 millas náuticas, con un aproximado de vuelo de tres horas y diez minutos. El capitán piloto es Guillermo Cook.
 
Fidel mueve la palanca del asiento hasta darle una ligera inclinación. Se despoja de la gorra y se frota con ambas manos las mejillas. Semicierra los ojos y parece que intenta llamar al sueño. La actitud de pleno reposo solo dura minutos, poco después está sumergido en la lectura de un libro: Rural Cuba, de Lowry Nelson que trata de los campos y de la agricultura en la isla.
 
A las 9:02 de la noche, el Britannia se posa en tierra norteamericana. Cinco minutos más tarde la escalera automática se acerca al avión. Cuando se abre la portezuela metálica y aparece el Comandante en Jefe estalla la ovación. Es el mismo grito de La Habana y de Caracas: “¡Fidel, Fidel!”.
 
Son centenares de cubanos y latinoamericanos que se han volcado sobre la capital, procedentes de Nueva York y otras ciudades próximas, para darle la bienvenida.
 
Al descender recibe el saludo de los embajadores cubanos. En los Estados Unidos: Ernesto Dihigo; en Naciones Unidas: Manuel Bisbé y Carlos Lechuga; y en la OEA: Raúl Roa; también está el secretario auxiliar de Estado, Roy R. Rubottom.
 
Finalizado el trámite protocolar, inesperadamente, Fidel se desvía de la ruta, rompe el cordón protector y se dirige hacia las vallas exteriores para saludar al pueblo que lo aclama. Camina largos pasos.
 
Centenares de manos se extienden para estrechar la suya. Algunos solo alcanzan a tocarle el rostro o la espalda.
 
Minutos más tarde la delegación aborda los automóviles. A su lado, en el auto, se sienta la esposa del embajador Dihigo. La caravana, presidida por una escolta de motocicletas, enfila la avenida del Potomac hacia el 16 NW 2630, residencia de Cuba.
 
Al llegar se repiten las escenas del aeropuerto. En la acera opuesta se ha situado el público. Las ventanas en los edificios aledaños están repletas de cabezas. Las líneas policíacas se extienden a lo largo de dos cuadras.
 
Los representantes de los medios de comunicación insisten. Fidel rehúsa contestar preguntas de contenido político. “No quiero ser descortés con la Sociedad de Editores de Periódicos que me ha invitado. No debo celebrar ninguna conferencia de prensa antes del viernes”.
 
Se despide de los comunicadores. Sube a las habitaciones, en el piso superior de la casa. De repente reaparece. Desde las ventanas ha visto los grupos congregados frente al edificio. Alguien pretende leerle la cartilla del protocolo. Molesto, replica indignado a quienes objetan su propósito de salir a saludar a mujeres y hombres esperanzados de verle: “¡Basta ya de protocolo! De lo que puedo y no puedo hacer. Va a resultar que el desembarco en los Estados Unidos es más difícil que el desembarco del Granma. Y para ese, más importante, no tuve en cuenta formulario alguno”.
 
Vista su disposición a extender la mano, a la gente de la calle, un tal míster Houghton, identificado como de los servicios de seguridad sugiere:
 
—Es mejor que se asome a los balcones.
 
—No soy hombre de balcones —replica Fidel.
 
Se dirige a la puerta y la abre. Antes que los agentes del FBI se percaten está cruzando la calle. Sorprendidos por su intrepidez, a los policías se les desorbitaron los ojos y a los ciudadanos se les secaron las gargantas.
 
— ¿Ustedes querían saludarme?
 
Le rodean, le estrujan. Los cubanos, con su peculiar efusividad, le tutean y le dicen simplemente “Fidel”. Los norteamericanos, más circunspectos, le llaman “señor Castro”.
 
Es una práctica bilingüe. Se habla en dos idiomas, pero en un solo lenguaje de amistad y de pueblo. El diálogo se extiende hasta la madrugada.
 
En fotos, Aquel 15 de abril de 1959
 

Fidel Castro llega a Estados Unidos por la Terminal de la Base
de Servicio Aéreo Militar de Washington, 15 de abril de 1959.
Foto: Oficina de Asuntos Históricos/Fidel Soldado de las Ideas
Arriba Fidel Castro al aeropuerto Internacional de Washington,
es recibido por Roy R Rubotton, subsecretario de Estado
y una numerosa multitud de personas, 15 de abril de 1959.
Foto: Periódico Granma/Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
Arriba Fidel Castro al aeropuerto Internacional de Washington,
es recibido por Roy R Rubotton, subsecretario de Estado
y una numerosa multitud de personas, 15 de abril de 1959.
Foto: Periódico Granma/Sitio Fidel Soldado de las Ideas.


 

Fidel llega a Washington DC, el 15 de abril de 1959. Foto: Revolución